La vida espectral

 

 La era del individuo tirano (Eric Sadin) / La inteligencia artificial o el desafío del siglo

Actuamos con el teléfono como si fuésemos sus amos absolutos, pero él nos lleva de las narices con su poder de recomendación.

El utilitarismo económico terminó por instaurar un utilitarismo de las relaciones, una tecnologización de las relaciones marcadas sólo por la eficacia.

Hoy cada uno se manifiesta a los demás bajo la forma dominante de la pura apariencia. Nos construimos como si fuésemos seres destinados a ser vistos y leídos.

No se trata de una simple adicción a las pantallas. Estamos frente a un fenómeno antropológico y civilizatorio. No se trata de un orden cognitivo, sino existencial.

En poco tiempo comprenderemos que aquello que nos constituye en lo más propio, nuestra falibilidad y nuestras deficiencias, pero también nuestra sensibilidad y nuestro genio, fue expulsado para dejar todo en manos de la racionalidad computacional, incluido el del curso de la vida y el mundo.

¿Cómo preocuparse por la preservación de lo viviente y no defender al mismo tiempo el poder de lo viviente que está en nosotros, contra lo espectral?.

Celebremos nuestra plena presencia en el mundo y la riqueza de lo sensible contra la normatividad algorítmica.

 


 


Sal de la Máquina

 

 Sal de la máquina (Sergio Legaz)

Ahora, con el smartphone, nuestro foco de atención salta, errático y nervioso, de un lado a otro.

Nuestro pensamiento se ha vuelto superficial y fragmentario. Se podría decir que hemos pasado del flujo orgánico y continuo de pensamiento, propio de nuestra estructura cerebral –equiparable a un modo de operar “analógico”-, a un pensamiento binario y reduccionista, más propio de las máquinas que nos gobiernan.

Por primera vez en la historia, un objeto ha conseguido penetrar completamente en nuestro espacio vital, interfiriendo en todas y cada una de nuestras acciones y actividades.

Acaso el reloj mecánico sea el único precursor relativamente equiparable en cuanto a sus repercusiones sobre la existencia humana, si bien su forma de marcarnos el ritmo resulta incomparablemente menos invasiva que la del smartphone.

Un nuevo opio para el pueblo servido en bandeja.

Cada detalle en la configuración técnica del aparato está pensado para generar dependencia.

Asignar a los dispositivos electrónicos el don de la inteligencia constituye una perversión de significados y alimenta el peligroso discurso de “confianza ciega en la Máquina”, a costa de nuestras propias capacidades.

Creemos que ha llegado la hora de cuestionar abiertamente la posición de dominio total de la Máquina sobre el ser humano.

 


 

Dysphoria mundi

 

Dysphoria mundi (Paul B. Preciado) / ¿La muerte de la clínica?

Cuando sea mirado retrospectivamente, lo que hoy llamamos “confinamiento” será visto como el gran encierro digital.

Las ciencias que trabajan con el telecuerpo ya no son la biología y la medicina, sino la informática y el marketing, entendidos como estrategias de mercado y técnicas de mando y control cibernético.

El entorno en el que existe el telecuerpo ya no es el suelo o la Tierra, sino internet como mercado supraplanetario. El telecuerpo no es, sin embargo, ni postsexual, ni postgénero, ni postracial.

Internet es también un espacio altamente sexualizado, generizado y racializado según parámetros y algoritmos normativos.

Convertirse en telecuerpos fue la condición necesaria para que las economías posindustriales siguieran produciendo y consumiendo a través de la extracción y distribución de recursos digitales.

Es el capitalismo petrosexorracial el que está mutando y haciendo que todo mute con él. Telecapitalismo.

Pero aunque el telecuerpo es objeto de la informática, de la dominación y la vigilancia digital, también puede convertirse en un posible sujeto de desobediencia cibernética y, eventualmente, de emancipación digital.